domingo, 30 de marzo de 2008

El taller

El taller significa para un escultor el laboratorio imprescindible donde realizar su personal alquimia, el lugar donde encontrarse consigo mismo y sus ideas, en el que expresarse a través de los materiales.



Recuerdo mi primer taller de trabajo, hace ya casi treinta años, en Bustarviejo, un pueblecito escondido en la sierra madrileña; allí el olor a leña y ganado se me antojaba un nuevo y desconocido perfume que pronto asumí como un olor personal. Era una pequeña casa tradicional, de techos increíblemente bajos, de espacios extraordinariamente pequeños. En consecuencia, los primeros trabajos resultaron ser juguetes: coches, camiones, casitas, puzles, trenes..., objetos dedicados a un mundo menudo, los niños.



Más tarde y tras el paso por una buhardilla donde trabajar era más bien penar, ocupé una antigua vaquería de suelo de tierra y techo de paja. El tamaño de mis trabajos aumentó conforme lo hizo el espacio, y de ahí salieron de la mano los primeros muebles y las primeras esculturas. Reforma tras reforma, la vaquería se fue convirtiendo en una agradable estancia donde se mezclaban el olor a vaca instalado en cada rincón del lugar con las fragancias de las maderas. Allí no solo pude faenar con holgura, sino también almacenar, y vaya si almacenaba, multitud de materiales que iba recogiendo de los sitios más insospechados.



Ahora, mi taller ya no tiene paredes, tampoco límites, solo los inherentes a mi persona, y las obras han vuelto a crecer en tamaño y en fuerza; trabajar al aire libre me agrada, haga frío o calor, me ayuda a entender más mis proyectos, a vincularlos más al medio natural del que proceden los materiales. La inspiración ya no se encuentra solamente en mi cabeza, sino en cada uno de los estímulos que percibo del entorno.

viernes, 28 de marzo de 2008

Desde mi ventana 2

Desde mi ventana...


La vida me despierta


agitando sentidos,


jaleándome el alma.




El tiempo se hace presente,


en la cálida luz del Sol,


con la tímida luz de la Luna.





Paseo en soledad con la mirada,


entre los riscos de la altiva montaña,


sobre la turbia meseta infinita.





El viento sopla feliz,


los árboles bailan su son,


los pájaros surfean sin olas,


aleteando colores y más colores.





Flores que alfombran de pétalos


perfumando el aire de fragancias


seduciendo a esculturales insectos


que saborean besos de néctar.





Mi ventana, ojos a un mundo


que vive sin ser visto,


que anda de puntillas


escondiendo sus tesoros.












Desde mi ventana... Qué haría yo sin mi ventana.









Humildemente: Scardanelli

miércoles, 12 de marzo de 2008

Laberintos





















Los laberintos son uno de esos temas que aparecen a lo largo de la historia de la humanidad sin que aparentemente tengan un sentido especial o decisivo en el devenir de nuestra existencia. Los primitivos los grababan en las paredes de las cuevas, los griegos dieron vida al laberinto por excelencia a través del mito del Minotauro, los masones dejaron su huella mediante la construcción de iglesias y catedrales, los príncipes y nobles materializaron esta idea en sus fastuosos jardines. Egipcios, mayas, civilizaciones mesopotámicas... un sinfín más de manifestaciones han surgido entorno a los dédalos. Físicamente un laberinto es un lugar en el que es fácil adentrarse, no así hallar la salida; como idea, contiene un amplísimo abanico de ellas: encierra búsqueda, recompensa -tesoro-, en unos casos representa el símbolo de vida, de muerte en otros; pero casi siempre indica duda, incertidumbre, posibilidad.






Cuando te has dejado impregnar por el concepto y la imagen de los laberintos, se abren ante tus ojos mil y una puerta en la que poderlos expresar plásticamente: un edificio, el plano de una ciudad, el trazado del metro, un circuito impreso, el disco duro de un ordenador, una mina, recintos defensivos..., todos ellos, producto de la actividad humana, bien sea por necesidad, como el caso de una red de carreteras, por capricho, caso de los jardines, o simbólicos como son los laberintos de las catedrales. También encontramos manifestaciones de esta índole en la naturaleza, se me ocurren las grutas formadas por corrientes de agua o movimientos sísmicos, de igual manera las construcciones de orden biológico: cerebros, sistemas nerviosos, sistemas vasculares... Otro tipo de laberintos "naturales" se pueden atribuir al trabajo de sociedades animales, y me refiero a hormigueros, termiteros y las madrigueras de ciertos mamíferos de pequeño tamaño.









Puesto que considero los laberintos como representaciones humanas, he utilizado como recurso expresivo elementos de fabricación como el trazado, bien sea una calle, un camino; en forma de escalera, y la puerta como símbolo de entrada o salida... ¿de qué y adónde conducen? A la imaginación de cada uno, puesto que el laberinto solo es una idea que pertenece a la esfera de lo privado, allí donde cada cual alberga, en su interior, el deseo que quiere ocultar. Solo en la pieza "La casa de Minos" he utilizado elementos simbólicos como la gruta y el cuerno, para despojar de rastros humanos el mito por excelencia.








Con respecto a "Árbol laberinto" y "La casa del árbol" propongo la visión de este ser como un laberinto de carácter natural; me gusta la idea de entrar por los ápices de las raíces, deambular por el interior del tronco y salir por las yemas de las ramas, ¿te imaginas? No menos laberíntica y real me parece la imagen de un árbol como lugar de vida de multitud de seres vivos: xilófagos, barrenadores, larvas de insectos, orugas, pájaros, roedores..., cada cual con su tipo casa, de vivienda, como si de una corrala de vecinos se tratase. En el fondo, un concepto, el del laberinto, que nos permite hacer volar la imaginación hasta donde nuestras neuronas nos lo permitan.











Poder

Poder: dominio, mando, imperio, jurisdicción. Añado: herramienta de la que se sirve el ser humano para subyugar o someter a un semejante.
Echando un vistazo a un libro sobre la prehistoria, observé que la mayor parte de los primeros objetos o utensilios fabricados por aquellos humanos podían ser de carácter bélico; en los epígrafes correspondientes que daban título a dichos trabajos aparecían los sustantivos flecha, lanza, arpón... El autor esgrimía la necesidad de obtener mejores y más eficaces instrumentos para cazar. En aquel momento sentí que aquellas herramientas significaban la posibilidad de ejercer el poder para someter a los semejantes; y reflexioné sobre la estética del poder, plasmándolas, posteriormente, en una serie de piezas bajo ese título. Lo más obvio eran las características derivadas de la propia función: filo, punta, contundencia, manejabilidad, conceptos que, al trasladarlos a nuestro tiempo, habría que añadir: sutileza, belleza, anhelo, además de la transformación de la herramienta en un símbolo sugestivo, en objeto de deseo. Porque hoy la manifestación del poder no es la gacela muerta para que el clan se alimente, sino la herramienta en sí, aquello que nos permite enriquecernos personalmente y diferenciarnos del resto de los mortales. Y esto requería un tratamiento actualizado de las piezas: así el pulido de la madera ya no tiene carácter funcional sino simbólico, esa sutileza mediante la cual el poder de atracción emana de la calidad de la madera.
El poder no solamente ha sido ejercitado por los políticos o los militares, otras organizaciones sociales también han recurrido a él para lograr sus fines, y no se puede olvidar que siempre son personas concretas las que conforman una organización. La obra "Papa" ahonda en este mensaje del poder sutil: las religiones han ejercido, a lo largo de los tiempos, de juez de la evolución humana, jugando con la incultura y los temores de las personas; han detentado el poder para someter a la humanidad en beneficio de unos pocos. En contadas ocasiones se ha puesto en entredicho su labor, pero siempre han estado ahí, flotando sobre nuestras cabezas, por encima del bien y del mal. Un poder, en definitiva, que condiciona nuestras vidas sin que apenas lo notemos.
Cuando titulo "Pasión" no quiero decir solamente sexo, sino todos los registros emocionales que de una forma u otra se ponen de manifiesto en las relaciones sentimentales o afectivas. En ellas, según mi opinión, es donde se desarrolla una de las luchas más feroces por conseguir el poder, dada su prolongación en el tiempo; normalmente no hay violencia física -aunque muchas veces, por desgracia, existe- pero sí subyace una tensión contenida continua. He constatado que la mayoría de las disputas o enfrentamientos que se producen en una relación sentimental carecen de argumento -salvo el deseo personal- y son puras estupideces que lo único que pretenden es la victoria de uno sobre el otro para así arrastrarle hacia los intereses del vencedor, aunque no sean compartidos. De esta forma lo que generamos es un clima que, en la mayor parte de las ocasiones, nos lleva al resentimiento y al vacío. Es bonita la pasión, pero solo si la razón la acompaña, de lo contrario, solo es una mera explosión.
El poder expresado a través de la pieza titulada "Hoja" corresponde al de la totalidad, y a mi juicio es el poder ejercido por la Naturaleza: ella se repone constantemente de cualquier herida que podamos infligirla; durante los millones y millones de años de su existencia ha demostrado tener una capacidad de transformación, asimilación y aclimatación increíbles, modificando, no a su antojo, sino a su necesidad, seres de mil y una condición. Entre otras cosas, la Naturaleza es inmensamente tolerante. Faceta ésta que a los humanos nos queda por aprender.

lunes, 10 de marzo de 2008

Bichos y caprichos

Bicho es ese animal que recorre tu cuerpo alimentándolo de endorfinas, mientras tu mente, obsesivamente, se faja con mil y un detalle de la pieza que estás proyectando. Ese bicho, al tiempo que te fagocita, sirve de sustento para poder continuar la búsqueda de una salida, la salida, la única viable que resuelva la validez de una obra. Porque sabes que está ahí, la tienes al alcance de tu mano, aunque no es nada sencillo encajar todos los detalles. Por ello, rumias y rumias, imaginas, piensas, ensamblas en la oscuridad del sueño, montando y desmontando el proyecto, visualizándolo una y mil veces hasta convertirlo en una bola que, alojada en ti, va creciendo día a día... mientras el bicho aguante...
El proceso de la creación es inesperado y casi siempre fatigoso. Buscas lo sencillo, lo fácil, lo lógico, y para encontrarlo recorres un laberinto de posibilidades donde, a menudo, aparece la equivocación. A veces el error es recuperable, sin embargo, en otras ocasiones te hace malgastar tu tiempo y un material irreemplazable. Hay piezas que te empeñas en sacar adelante y lo que acabas obteniendo es un churro, y las hay que nada más observar el material, ves el proceso y el final con tal nitidez que se puede decir que la obra se desliza entre tus manos. Tanto en lo bueno como en lo malo, puedo asegurar que es un trabajo grato, muy grato, donde disfrutas de una libertad de pensamiento inigualable y estableces un vínculo afectivo con el objeto a través de las sensaciones que tu cuerpo recoge.

Capricho
es la posibilidad de generar sensaciones agradables a través de la creación de una pieza sin más motivo que el de disfrutar de ella, pensándola, dándole vida y saboreándola posteriormente. Algunas esculturas poseen una carga ideológica o conceptual importante, otras son poesía en volumen; las hay simbólicas, que representan algo o alguien, y las hay que aglutinan los tres aspectos. Para mí, lo deseable es que todas ellas sean capaces de evocar algo y provocar en el espectador placer, placer sensorial. La escultura no ha de ser vista, ha de ser poseída como si de un/a amante se tratase, con cierta pasión; he escrutado todas y cada una de mis piezas, las he acariciado sintiendo sus texturas o sus volúmenes, he olfateado las fragancias ofrecidas por cada uno de los árboles con los que voy trabajando... incluso en las más propicias, intento escuchar su voz, porque las maderas también producen sonidos; en definitiva dejo que mis sentidos se apropien de ellas. Por eso nunca entenderé el que en las exposiciones, cada vez que te acercas a una pieza, aunque solo sea para ver algún detalle, rápidamente haga su aparición un ser uniformado advirtiéndote de la imposibilidad de molestar de cualquier forma el objeto. Entiendo que hay mucho gamberro suelto, pero me cuesta creer que acudan a las muestras de arte y, créanme, esto, a mi modo de ver, supone levantar un muro entre el espectador y la obra. En mi caso, yo les invito, autorizo y animo a que palpen, huelan y observen cualquiera de mis trabajos. Tan solo pediría el mismo trato que le dispensarían a un ser humano.

Prólogo

Bajo la polifacética peripecia vital de Federico Gómez Álvarez fluyen varias corrientes subterráneas que, a veces, afloran con fuerza o incluso torrencialmente. Una de ellas es la pedagógica, que riega con abundancia muchos de los campos de sus conductas.
Pero ahora nos ocupamos sólo de su obra artística, predominantemente la ejecutada sobre madera.
No sé si la elección de dicho material se debe a la búsqueda de algo más dócil y agradecido que la piedra, el hierro o el hombre. O si ha emprendido la cruzada de liberar y dignificar un elemento usado habitualmente en aspectos decorativos, utilitarios o serviles. Estoy pensando, así por encima, en molduras, en muebles, en edificios, barcos o imaginería... Pero pocas veces se ha elevado la madera a un nivel expresivo propio, con categoría estética independiente. Y aquí es donde sospecho, o intuyo, la pulsión pedagógica del artista, obstinado en disciplinar, en educar, en elevar a un nivel autónomo de expresión este privilegiado parto de la naturaleza, vigoroso, firme, maleable y vivo, que es la madera.
Como maestro lúcido, Federico sabe que ayudar a que alguien aprenda a ser libre pasa por el hallazgo o aceptación de normas, que en el hombre son morales y en las cosas, en la madera, constituyen una sutil armonía con las redes de necesidades y contingencias de la que, otrora, llamábamos Madre Naturaleza.
Por eso el escultor labra y disciplina la madera para que sea capaz de comunicarse con el lenguaje excelso de la estética.
Y hasta parece que sus bosques le miran con gratitud.

viernes, 7 de marzo de 2008

Humanos y manos

No soy una persona muy dada a representaciones humanas en el terreno de la escultura, pero en cambio la simbología femenina sí se encuentra presente a lo largo de mi obra; será un Edipo mal curado, o herencia de mi padre, a quien le encantaban las mujeres, el caso es que el universo femenino me acompaña desde donde alcanza mi memoria. Teniendo en cuenta el punto de vista estético y representativo, me quedo sin lugar a dudas con el cuerpo de la mujer: la sensualidad de sus curvas, presentes en tantas y tantas partes de su cuerpo, desde las ondulaciones o los rizos del cabello, hasta las partes más íntimas, todo en ellas es suave, redondeado, amable, sugestivo, deseable, al menos así lo vivo yo. He aludido en anteriores ocasiones al carácter hedonista de la escultura como objeto generador de placeres sensoriales y, francamente, todavía no he llegado a conseguir una pieza que se acerque a las sensaciones que en mí puede despertar una mujer, aunque siempre sea una referencia a seguir; mirarlas, acariciarlas, oler su perfume corporal, oír su respiración, todo ello va mucho más allá del hecho sexual; los sentidos son un medio de relación tanto para comprender como para expresar nuestros sentimientos y éstos son los que posteriormente nos ayudan a formar un vínculo emocional.
Otro de los motivos que me atraen de las mujeres es la maternidad: esa capacidad que tienen de procrear y que nosotros, los hombres, no poseemos; en especial la relación intensa e íntima que mantienen con el ser vivo que habita en su interior. Es cierto que cada mujer vive el embarazo de una forma distinta, pero, por lo general, parecen sumergirse en una burbuja de felicidad, rodeándose de un halo de paz y tranquilidad envidiable a todas luces.
La materia es el elemento fundamental de la escultura y he optado por trabajar con materiales orgánicos por dos razones: primero porque me los ofrece el laboratorio en el que me siento integrado -la Naturaleza-, y segundo porque en ellos siempre queda reflejado el paso del tiempo. Por otra parte las manos son la más estimable herramienta del ser humano; al principio, configuraba la materia, es decir, le daba forma golpeándola, frotándola, puliéndola para acomodarla a una función, más tarde comenzó a metamorfosearla mediante procesos como la fundición, dando lugar no solo a la trasformación de la piedra en metal, sino también a mezclas y aleaciones; hoy en día el ser humano ha abandonado la Naturaleza, y es capaz de generar en sus laboratorios nuevos materiales con características peculiares y concretas, destinados a unos fines muy precisos, incluso ha ido mucho más lejos: ha creado la materia sin materia, esa cosa que llaman virtual y que no se puede percibir con los sentidos, salvo con la vista, pero que sin duda algún día también eso se conseguirá. Mi pretensión en esta pequeña serie de las manos es poner frente a frente estos conceptos, no sé si antagónicos: por un lado la mano fabricada por el hombre con un material sintético, por otro, la riqueza y variedad de materiales que nos ofrece la Naturaleza. Ala vista está y al juicio de los espectadores dejo las conclusiones .

jueves, 6 de marzo de 2008

Desde mi ventana.








Desde mi ventana veo despuntar el alba, veo ascender milímetro a milímetro una bola anaranjada por encima del horizonte, anunciándonos una nueva jornada. A veces las nubes bajas se apoderan de la tierra; entonces, el Sol se eleva sobre un mar de nubes ofreciendo un espectáculo sobrecogedor, los picos de las montañas emergen a modo de islas mientras el tímido calor del astro baña sus laderas. Poco a `poco, el cielo gana en azules y los sonidos se desperezan hasta llenar el vació de la noche;entonces no solo despierta mi cuerpo, mis pensamientos se ponen en pie y dan gracias, muchas gracias por esas dianas floreadas.







Desde mi ventana veo multitud de pájaros que van y vienen en sus quehaceres cotidianos: los rabilargos de sobrio colorido azul, marrón, negro y pardo, vuelan en grupo, haciendo el mismo recorrido a las mismas horas y emitiendo un pequeño graznido con el que se comunican; se diría que son aves de costumbres estables. Los carboneros y herrerillos comparten territorio, hábitos, vistosos colores y su afición por comer en nuestra ventana las migas de pan o galletas que les ofrecemos todos los días. Los chochines realizan piruetas en los troncos de los árboles en busca de cualquier comistrajo que echarse al pico. Los colirrojos alternan atalayas donde menear espasmódicamente su cola roja y avistar algún insecto despistado al que clavarle el pico. El petirrojo, social como ninguno, observa de rama en rama, sin alejarse demasiado y, si labras la tierra, estará a tu lado escarbando, mientras, luciendo figura en el azul del cielo, los buitres te otean como los dioses del aire, y las águilas, y los milanos, las cigüeñas... Después, llegado el verano, aparecerán las preciosísimas oropéndolas, de amarillo chillón y negro, grandes voladoras y esquivas, aunque perecen ante la dulzura de las ciruelas que hay frente a mi ventana. También los abejarucos, llegados de África con sus metálicos colores a cuestas. Desde mi ventana, se ven muchos pájaros... créanme, es verdad.




Desde mi ventana el transcurrir de las estaciones lo marcan los árboles, no los calendarios, aunque con este loco tiempo ya les resulta difícil saber en qué momento viven -como nos sucede a nosotros-. Ahora comienzan a dar señales de vida los ciruelos silvestres, junto con los albaricoques, más tarde los ciruelos claudios y los membrillos; posteriormente los cerezos, perales y manzanos, para entonces ya habrá vida por doquier en sus alrededores; flores blancas, rosadas, anacaradas, derraman un olor exquisito por todos los rincones e inundan de alegría el entorno.

El Otoño quiere competir con la primavera desplegando su paleta cromática: una hilera de chopos luce en amarillos y tierras sobre el verde del pinar, los cerezos despuntan en rojos de infinitos matices, los fresnos verdean hacia un pálido amarillo, los robles transforman su oscuro verdor en marrón gamuza suave; las llamativas flores, dan paso a los no menos vistosos frutos otoñales para asegurarse la atracción sobre paja ros y pequeños mamíferos que aseguren nuevas plantaciones; el campo se salpica de manchas de colores anunciando la quietud del invierno diriase que la muerte se viste de fiesta para dar lugar a nuevas vidas; es tal la variedad e intensidad de los colores, que el asombro que producen en mis ojos hacen nublar el resto de los sentidos.

Desde mi ventana siento el aire, a veces suave y cariñoso, otras furioso, gritando altivamente y agitando las copas de los árboles en un vaivén compulsivo, oigo su silbido. La lluvia también golpea mi ventana, en ocasiones casi con vergüenza, otras con más fuerza, pero siempre con ese olor inequívoco a vida. Cuando arrecia puedo percibir el nacimiento de un río, los primeros pasos de una corriente que quién sabe dónde y cuándo acabará. En ciertos días el cielo nos deleita dejando caer sobre nosotros grandes y blandos copos de nieve transformadores del paisaje: suprimen las referencias y los objetos parecen brotar del suelo como si de setas se tratara. A veces desde mi ventana viajo con las nubes viajeras, que el viento empuja formando y desformando figuras imposibles,que juegan al pilla-pilla o huelo las brumas bajas que dejan diminutas lágrimas sobre la tierra, humedad , frescor....











Desde mi ventana, al final de la jornada, durante tres o cuatro días cada veintiocho, aparece entre dos montañas o en la lejanía, según la época del año, una inmensa luna redonda que poco a poco se va haciendo presente iluminando con luz de plata el paisaje. Por el contrario, cuando se ausenta del todo la luna, el cielo se cuaja de pequeños brillantes de distintos tamaños formando racimos de insospechadas formas, que nos invitan a soñar que no estamos solos.










Desde mi ventana... veo tantas cosas...




big bang

Pensar, observar, reflexionar son actividades que ocupan gran parte de mi tiempo; me pica la curiosidad, los órdenes establecidos, la naturaleza de las cosas, las respuestas a tantas y tantas preguntas. Cuando veo una hormiga, me acerco a ella, la observo, la sigo, y acabo preguntándome: ¿qué distancia recorrerá una hormiga en busca del alimento? Si es una piña a la que doy una patada, la cojo y por enésima vez repaso con el dedo su crecimiento en espiral y me pregunto: ¿por qué el crecimiento espiral en la naturaleza?, pero esa espiral ¿gira a la derecha o a la izquierda? Cuando me cruzo con alguien del pueblo u observo a las personas, me pregunto: ¿qué sucede para que los humanos seamos incapaces de relacionarnos de forma más armoniosa? En realidad cada acto del ser humano puede estar rodeado de cientos de preguntas y yo creo que el cerebro va dando respuestas a todas ellas, y de las que no obtiene un resultado satisfactorio, las envía al consciente para que este establezca hipótesis asumibles; en esa orgía de emisores, receptores, neuronas... o no sé qué gaitas, yo intento quedarme con una parte plástica. Mi forma de aprendizaje esté més ligado al campo visual, y hay algunas preguntas que tienen una carga estética importante, en este caso me refiero a las preguntas sobre el cosmos, y a la teoría del Big-bang como respuesta, a pesar de que continúa pareciéndome una respuesta un tanto religiosa en cuanto que hay que echar mano de la fe para aceptar cosas, que ni se ven ni se entienden. Me parece muy sugerente y muy plástica ,la continua expansión a partir de un punto hasta un máximo para luego retraerse hasta acabar concentrado todo de nuevo en la mínima expresión; si aplicamos esta teoría a los seres vivos, nos daremos cuenta de que algo de eso hay. Una persona proviene de la unión de dos precursores diminutos, alcanzamos un crecimiento máximo a lo largo del tiempo, y a lo largo de no menos tiempo, volvemos a ocupar en forma de polvo un espacio muy pequeño; esto suele ser lo común en los seres vivos, y de entre ellos, el ejemplo que me parece más visual, es el de los árboles.

El desarrollo de los árboles, o mejor dicho su expansión, es el modelo que más se me asemeja a el Big-bang; partiendo de una pequeña semilla, en la mayor parte de los casos más o menos esférica, si anulamos sus dispositivos de vuelo, este ser se proyecta en todas las direcciones, hacia el cielo, y hacia el interior de la tierra, hacia el norte y hacia el sur, se podría decir que en la linea de tierra tiene un eje de simetría,estableciéndose un concordancia entre el desarrollo radical y el foliar dándose algunos casos, si el humano lo permite y no lo corta antes, en que el árbol se vuelve esférico, ya que las raíces pueden elevarse por encima del suelo y a su vez las ramas más bajas caer hasta lamer el mismo.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Introducción

Llega un día en que te preguntas qué es lo que has hecho a lo largo del tiempo transcurrido de tu vida, que te apetece poner un poco de orden en tus cosas y echar cuentas, mirar hacia atrás y analizar si realmente el camino que has recorrido es satisfactorio, si vas consiguiendo tus propósitos, tus anhelos. Siempre he pensado, bueno, no solamente pensado, sino constatado, que las obras que realmente son buenas, perduran y continúan guardando su frescor; continúan comunicando algo. Este trabajo -el del catálogo- me ha permitido ver las obras con la perspectiva del tiempo, y me ofrece la posibilidad de recordar momentos, materiales, situaciones y personas que han estado relacionados directamente con las piezas.

Son varios los motivos que me han conducido a realizar este catálogo: el primero y más íntimo es ofrecer a mis hijos una recopilación de gran parte de mi trabajo como escultor, acercarles a obras que nunca han visto y que, probablemente, nunca vean, pero que resultan importantes para entender la trayectoria de mi trabajo. Resulta muy gratificante y emotivo poder ofrecer este pequeño regalo a unas personitas que despiertan en mí sensaciones indescriptibles de felicidad, de pasión y de gozo, incomparables a cualquier otro hecho que se produzca a lo largo de mi vida.

Otro motivo es el dejar constancia de lo hecho, trascender no solo a través de mi descendencia, sino también de mi trabajo; valorar éste como una obra elaborada a lo largo del tiempo y que solo se completará el día en que la vida me abandone. Y aun entonces, sé con seguridad que las piezas continuarán su existencia y su modificación durante un periodo indeterminado. Para mí el concepto de obra es algo que discurre a través del tiempo, es el producto de la suma de muchos actos, de muchos momentos, de muchas reflexiones, que no se proyectan únicamente en un objeto. Todas las piezas tienen un hilo conductor que las configura como elementos de ese pequeño puzle que son mis pensamientos.

Las esculturas en sí también merecen este catálogo, su presentación y su divulgación. A mismo lo merecen las personas que siguen mi trayectoria; a ellas deseo ofrecerles pistas sobre mis motivaciones a la hora de enfrentarme al hecho creativo. Me gusta trabajar con la Naturaleza, sobre todo porque me siento profundamente integrado en ella y la acepto tal y como es. Considero varias las formas de enfocar el trabajo: se puede intervenir en ella o actuar con sus elementos; yo prefiero respetarla: elijo materiales que me puedan interesar, como son árboles, huesos, espinas, piedras..., y tratarlos en mi taller. Algunas veces los transformo e intento exponer nuevas lecturas de los mismos; otras veces simplemente los presento con la menor modificación posible, con el objeto de dotar de mayor importancia al elemento del que se trate y reivindicarlo, dándole, como mínimo, la importancia que todo ser vivo ha de tener y siempre dejando la puerta abierta a que el transcurso del tiempo actúe. Todo lo orgánico tiene vida, lo que implica una transformación, y esto sucede también en el orden estético; si seguimos el proceso de un ser vivo, por ejemplo una rosa, desde la formación del capullo, su posterior manifestación como flor, la caída de sus pétalos dando lugar al fruto hasta la integración de todo ello en el manto vegetal que configura el suelo, veremos que cada estadio nos ofrece un aspecto estético distinto. Ocurre que el ser humano desarticula ese proceso y se queda, exclusivamente, con una parte, en este caso con la exultante rosa florecida. No deja de resultar curioso que el momento que se elige como modelo de representación de todo un proceso sea el más cercano a la madurez sexual; creo que esto tiene bastante que ver con el sentido de la vida y de la muerte con que el hombre ha rodeado toda su existencia, así, en la representación humana comúnmente utilizada, no aparecen los viejos, tampoco las arrugas: se trata de omitir el camino a la muerte, aunque este proceso realmente a lo que conduce es al nacimiento de nuevos seres y nuevas formas. Me apasiona el tránsito colorista que viste el ocaso de las hojas de los árboles caducifolios en otoño, o la vistosidad de los frutos del escaramujo tras la floración. Me fascinan las puestas de sol, aunque signifique, en alguna medida, la muerte temporal del gran astro.

martes, 4 de marzo de 2008

Mi pequeño bosque

Cuando eres niño, hay veces que buscas algún lugar donde recogerte, un lugar quizás parecido al vientre materno, en el que estar a solas contigo mismo. Entonces, te metes bajo una mesa, o debajo de la cama, cubres todo con un trapo grande o una manta y te llevas algún preciado tesoro a ese pequeño espacio, y así, arropado por el silencio y en una cierta penumbra, hablas solo, sueñas con los ojos abiertos o vuelas por el infinito.

Salvando las distancias y los tiempos, el lugar preferido para resolver mis asuntos es el bosque. Me gusta perderme en su silencio, ese silencio sonoro solo roto por las musicales ráfagas de aire que hacen ondear las copas de los pinos o por el canto libre de los pájaros. En ese espacio me siento empequeñecido, pero al mismo tiempo protegido, recogido en algo muy superior; los sentidos se abren de par en par, el olfato persigue los rastros de aromas y fragancias difíciles de encontrar en otros lugares, el oído se regala con trinos y gorjeos reiterativos que invitan a la comunicación. Entonces es cuando me doy cuenta de que existen otros seres además de los humanos. ¿Cuándo has sido consciente por última vez del canto de un pájaro en libertad?; el tacto despierta con el frescor del agua limpia de los arroyos y se acaricia con el aterciopelado manto de los musgos, o nota la dureza y rugosidad de piedras o cortezas de árbol y la vista..., la vista descubre un universo a cada paso que das.
El bosque es un templo donde los árboles por excelencia gozan de protagonismo, algunos por su tamaño, otros por su espectacular frondosidad, por su lujurioso aspecto o por su colorido follaje. Hoy en día son un reducto de variedad de vida, pequeñas islas rodeadas de civilización; si en un metro cuadrado de terreno boscoso encontramos una docena de seres vivos diferentes, en un metro cuadrado de asfalto, no encontraremos ninguno; si te tumbas en una pradera y observas a tu alrededor, podrás encontrar un universo ante ti, pero si te tumbas en una calle de cualquier ciudad, probablemente solo te pisen o te atropelle un coche y no creo que veas más que las líneas rectas de las baldosas de las aceras. El bosque toca a la puerta del corazón animal que llevamos dentro, son muchos los siglos durante los cuales la humanidad ha formado parte de la naturaleza y ese vínculo despierta en mí cuando paseo por lugares aún no civilizados, en los que todavía pueden sentirse fenómenos naturales sin aditivos: colores, olores, sabores, sonidos, conforman una sinfonía que penetra en los cuerpos a través de los poros de la piel y que nos hace tomar conciencia del lugar que realmente ocupamos en el medio natural.
Son muchas las bondades que nos ofrece la naturaleza y es el lugar que, de mayor, he elegido para vivir mis sueños.





lunes, 3 de marzo de 2008

cáscaras, virutas y demás residuos








Residuos, sobrantes, restos, son palabras con cierta carga de inutilidad y menosprecio, como si lo que no fuera provechoso, según los valores sociales actuales, careciera de valor y, por tanto, de aprecio. Sucede que el concepto de utilidad manejado actualmente es incoherente e incomprensible; se desechan materiales, bienes de consumo en buen estado, e incluso lo más importante para el ser humano: alimentos. En cambio, nos seguimos rodeando de objetos inservibles; mientras con una mano nos desprendemos de lo que ya consideramos como trastos, con la otra recogemos nuevas cosas igualmente innecesarias. Lo malo es que en ese intercambio perdemos parte de nuestra vida; energía, trabajo y tiempo. Y éste, el tiempo, lo más preciado por la humanidad, se permuta por algo que, a la postre, terminaremos descartando por inútil aunque sus cualidades funcionales continúen vigentes: un abrigo solo dejará de tener utilidad en el momento en que deje de abrigar, no cuando lo dicte la moda. ¿Realmente sabemos qué hacer con el tiempo? Hay personas que piensan que las esculturas son algo inútil, y puede que estén en lo cierto, pero yo prefiero crear cosas simplemente por la satisfacción personal, antes que poner todo mi empeño en realizar objetos dotados de un falso provecho, puesto que si realmente fueran necesarios no acabarían en la basura.



Desvinculándonos de la utilidad y centrándonos en el carácter matérico y estético, el residuo nos puede ofrecer una gama impresionante de formas, colores y texturas, por no hablar de símbolos, emociones, recuerdos... Comencé a tener conciencia de los restos cuando me di de bruces con ellos: eran el sobrante de mis trabajos y, o los recogía, los almacenaba y los tiraba, o los guardaba. Yo casi siempre he optado por esto último y, al tiempo que los reunía, iba observando sus características y posibilidades para darles una nueva vida; de esta actitud, han salido muchas piezas, las tortas de viruta, las laberínticas estructuras, las vidrieras de otoño, las mondas de fruta ensartadas, la vidriera de cáscaras de huevos, los paisajes montañosos... así hasta las actuales recomposiciones de árboles. Cada una de estas piezas tiene un sentido distinto, en unas he utilizado el material, en otras lo he reivindicado; en todas he tratado de devolverle la dignidad y en las más me he servido de sus cualidades estéticas.


Con el tiempo, esta costumbre se ha convertido en algo deseado por incierto. Me explico: cuando me encuentro realizando una pieza en la que hay que cortar algo y se producen restos, mi cabeza está expectante por ver cuál es el subproducto, pues el producto ya lo tengo claro y definido -hasta dibujado-; lo que no me resulta tan evidente, de ahí lo sorpresivo, es cómo serán los residuos. Entonces los separo, los observo una y otra vez, y... ¿quién no ha comido unas deliciosas croquetas con lo que ha quedado de un no menos delicioso cocido?










Por último quisiera alabar a esas sociedades primitivas que son capaces de no generar despojos indigestos para la naturaleza y que pasan de puntillas y en silencio durante su existencia en este planeta simplemente haciendo lo que hay que hacer: sobrevivir con la naturaleza y no vivir a costa de ella.