lunes, 3 de marzo de 2008

cáscaras, virutas y demás residuos








Residuos, sobrantes, restos, son palabras con cierta carga de inutilidad y menosprecio, como si lo que no fuera provechoso, según los valores sociales actuales, careciera de valor y, por tanto, de aprecio. Sucede que el concepto de utilidad manejado actualmente es incoherente e incomprensible; se desechan materiales, bienes de consumo en buen estado, e incluso lo más importante para el ser humano: alimentos. En cambio, nos seguimos rodeando de objetos inservibles; mientras con una mano nos desprendemos de lo que ya consideramos como trastos, con la otra recogemos nuevas cosas igualmente innecesarias. Lo malo es que en ese intercambio perdemos parte de nuestra vida; energía, trabajo y tiempo. Y éste, el tiempo, lo más preciado por la humanidad, se permuta por algo que, a la postre, terminaremos descartando por inútil aunque sus cualidades funcionales continúen vigentes: un abrigo solo dejará de tener utilidad en el momento en que deje de abrigar, no cuando lo dicte la moda. ¿Realmente sabemos qué hacer con el tiempo? Hay personas que piensan que las esculturas son algo inútil, y puede que estén en lo cierto, pero yo prefiero crear cosas simplemente por la satisfacción personal, antes que poner todo mi empeño en realizar objetos dotados de un falso provecho, puesto que si realmente fueran necesarios no acabarían en la basura.



Desvinculándonos de la utilidad y centrándonos en el carácter matérico y estético, el residuo nos puede ofrecer una gama impresionante de formas, colores y texturas, por no hablar de símbolos, emociones, recuerdos... Comencé a tener conciencia de los restos cuando me di de bruces con ellos: eran el sobrante de mis trabajos y, o los recogía, los almacenaba y los tiraba, o los guardaba. Yo casi siempre he optado por esto último y, al tiempo que los reunía, iba observando sus características y posibilidades para darles una nueva vida; de esta actitud, han salido muchas piezas, las tortas de viruta, las laberínticas estructuras, las vidrieras de otoño, las mondas de fruta ensartadas, la vidriera de cáscaras de huevos, los paisajes montañosos... así hasta las actuales recomposiciones de árboles. Cada una de estas piezas tiene un sentido distinto, en unas he utilizado el material, en otras lo he reivindicado; en todas he tratado de devolverle la dignidad y en las más me he servido de sus cualidades estéticas.


Con el tiempo, esta costumbre se ha convertido en algo deseado por incierto. Me explico: cuando me encuentro realizando una pieza en la que hay que cortar algo y se producen restos, mi cabeza está expectante por ver cuál es el subproducto, pues el producto ya lo tengo claro y definido -hasta dibujado-; lo que no me resulta tan evidente, de ahí lo sorpresivo, es cómo serán los residuos. Entonces los separo, los observo una y otra vez, y... ¿quién no ha comido unas deliciosas croquetas con lo que ha quedado de un no menos delicioso cocido?










Por último quisiera alabar a esas sociedades primitivas que son capaces de no generar despojos indigestos para la naturaleza y que pasan de puntillas y en silencio durante su existencia en este planeta simplemente haciendo lo que hay que hacer: sobrevivir con la naturaleza y no vivir a costa de ella.

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